Se dice que fue en el siglo XVIII,cuando por primera vez fue colocado dentro de un marco, que se le reconoció al dibujo la dimensión de obra acabada e independiente. Sin embargo, tuvo que pasar mucho tiempo para que dejara de ser considerado el paso previo a la realización de una obra mayor.
Es cierto que tiempo atrás ya Leonardo da Vinci le había otorgado una gran importancia, al valorar su capacidad para describir la totalidad de un lenguaje y un estilo y permitir reconocer la personalidad y el sello de un artista.Y también lo es que en el siglo XIX, utilizado para las más diversas expresiones, el dibujo llegó a ser muy considerado por los artistas, y el propio Ingres subrayó con vehemencia susvirtudes sinceradoras. Pero no fue hasta la aparición de la vanguardia que se le asignó una enorme importancia, al punto de concedérsele un status equivalente al de la pintura.
El dibujofue utilizado entonces por la modernidad como un medio para acabar con las nociones tradicionales de belleza, comprendiendo los creadores que su versatilidad y soltura les facilitaba la proyección delas ideas y de los trazos que requería la nueva imagen en las artes plásticas. Así llegó a consolidarse definitivamente como enunciado plástico y a reconocerse su valor como obra independiente, resultando de ello la enorme producción que tuvo lugar por parte de los artistas de las diferentes escuelas y estilos a lo largo de toda la centuria, muchos de los cuales hicieron de algunos temas como la mujer y el desnudo –preferidospor los académicos amantes de la mitología– sus objetos de preferencia creativa. Los distintos movimientos renovaron,pues, la posibilidad de pensar el alcance del dibujo como obra terminada, más allá de cualquier otro apoyo dado a la pintura o la escultura.
Esa voluntad trasgresora que caracterizó al dibujo desde entoncestuvo en Cuba una importante repercusión.De hecho, la nueva mirada en el arte cubano, cuyo origen históricamente se le ha atribuido a la pintura inscrita dentro del movimiento de vanguardia,se comenzó a gestar mucho antes en el ámbito del humorismo, así como en el de las ilustraciones que se fueron deslizando en las páginas de varias revistas desde los comienzos del siglo XX.En ellas se fue preparando el ojo del espectador para la aceptación de nuevas formas en la pintura, donde era más difícil que fueranaprobadas por parte de la opinión pública. Como diría el poeta Roberto Fernández Retamar en una oportunidad, por París andaban los pintores cuando ya José Manuel Acosta y otros renovaban los lenguajes en las ilustraciones. A lo que habría que añadir que por Matanzas andaba todavía Acosta cuando Rafael Blanco transformaba la visualidad de las páginas de El Fígaro.
En definitiva, cuando los que consideramos pioneros de la vanguardia en las artes plásticas cubanas se fueron a París en busca de nuevos aires, desde hacía tiempo se hablaba en Cuba de cubismo, para referirse a muchos de los dibujos de Acosta en Social;y antes aun se habían divulgado sus conceptos y los del futurismo en El Fígaro. Y sobre todo, ya Blanco había experimentado el expresionismo en retratos que desafortunadamente han sido encasillados como caricaturas, lo cual no ha permitido evaluar en su estricto valor la dimensión transformadora de los mismos.
Fue pues en la obra sobre papel y en el dominio del lápiz donde los más inquietos artistas cubanos fueron expresando sus más íntimos anhelos de renovación, lo que resultaba imposible de hacer en las llamadas Bellas Artes.Las libertades que se otorgaron en el dibujo les permitieron ofrecer narraciones visuales mucho más frescas y actualizadas formalmente que las permitidas a la pintura.Algo similar ocurriría mucho tiempo después, por parte de las promociones que emergieron en el arte cubano en los años ochenta.
Ahora bien, muy diferente fue la evolución que siguió el dibujo académico, inscrito siempre dentro de los cánones propios de las Bellas Artes que, aun dentro de su excelente oficio, no aportó grandes cambios a la estética al uso. De ahí la necesidad de establecer una diferencia entre ese dibujo visto como una herramienta de los pintores y escultores del que se desarrolló en estrecho vínculo con las llamadas “artes menores” o aplicadas, bajo cuya responsabilidad estuvo la incorporación de un nuevo imaginario en el mundo de la gráfica, estimulado por la aparición de las publicaciones ilustradas que comenzaron a multiplicarse desde comienzos del siglo XX, al igual que los profesionales encargados de nutrirlas.
De cualquier manera, una de las grandes contribuciones de la academia cubana ha sido,sin duda, la enseñanza del dibujo. Es sabido que todo el que ha pasado por las aulas de San Alejandro ha aprendido a dibujar muy bien, en primer lugar, por considerarse que el dominio de su técnica garantizaba la excelencia del oficio del pintor y del escultor, cuyo riguroso entrenamiento estaba encaminado a copiar con la mayor exactitud la naturaleza, y con gran pulcritud los modelos vivos o en yeso a disposición en sus aulas. Un tipo de aprendizaje que solo comenzó a variar cuando al crearse la Escuela Nacional de Arte se involucraron en la enseñanza artística del país figuras como Antonia Eiriz, Luis Martínez Pedro, Antonio Vidal, entre otrosartistas que ya habían hecho del dibujo uno de sus principales medios de expresión. Basta revisar las colecciones de esos pintores que se conservan en el gabinete del Museo Nacional de Bellas Artes para comprobarlo.
En aquellos tiempos, casi siempre sobre papel,a lápiz o a tinta, al gouache o la acuarela, cada cual creó su propio universo visual, independiente de las normativas académicas; unos circunscritos a la figuración, y otros a la formalidad de la abstracción, pero teniendo en común la adopción del dibujo como una vía fundamental para dar rienda suelta a la creatividad.
Justamente dentro de todas estas tradicionesse inserta un artista como Roberto Fabelo (Guáimaro, 1951), quien parece haber venido al mundo con un lápiz en la mano, en lugar del socorrido pan bajo el brazo. Formado en la ENA con aquellos profesores, continuó sus estudios en el Instituto Superior de Arte,donde después de graduado ejerció varios años como profesor. Fue allí donde lo conocí y de donde vienen mis primeros recuerdos de su pasión por el dibujo. Yo venía de la Escuela de Letras,donde nos enseñaron que la Historia del Arte era la historia de la pintura, la escultura y la arquitectura. Sin embargo, ya había sentido alguna seducción por la obra sobre papel cuando, trabajando en el Museo Nacional de Bellas Artes, me correspondió arreglarle el archivo a Martínez Pedro, quien le había prometido a Marta Arjona que si lo ordenaban se lo donaría al Museo. Tenía entonces unos 18 años y todavía estudiaba en la Universidad, y fueron aquellos meses de revisión de los archivos del pintor los que me despertaron el entusiasmo por el trabajo del lápiz sobre el papel, gracias al privilegio que significó ser la primera en desempolvar aquellos sobres donde estaban acumuladas esas hermosas series surrealistas que actualmente posee el Museo Nacional en sus fondos.
Pero toda esta historia para recordar que fue más tarde la pieza titulada Fragmentos vitales que Roberto Fabelo expuso en la bienal de 1984, pegada comoquiera a la pared, sin cristal, la que definitivamente provocó miapasionamiento por el dibujo contemporáneo y me hizo comprender toda la poesía que podían encerrar unos trazos de carboncillo sobre el humilde y modesto papel de envolver. Una pieza que había sido creada en el ISA, cuando el entonces joven profesor se topó una noche de aburrimiento con unos creyones gruesos de marcar cristal en una gaveta y una pica de papel kraft, a la que le rasgó un pedazo cuyo corte irregular le daría un nuevo sentido a su trabajo. Así, sobreuna mesa de superficie rugosa, siguiendo el perfil de la hoja de papel, surgieron los Fragmentos vitales que sorprenderían a todos los que por entonces tuvimos el privilegio de ver. Algún día se le reconocerá a esa pieza su valor dentro de la Historia del Arte cubano. Porque hasta entonces ningún otro artista había transgredido de tal forma una obra plana en el ámbito artístico nacional.
En fin, acostumbrado a dibujar sobre formatos regulares, lo que pareció producto del azar fue en realidad resultado de aquel espíritu que flotaba en el ambiente del ISA deaquellos tiempos, en los que comenzaba a instaurarse entre losalumnos una estética del reciclaje, una admiración por el arte povera, que muchaobra interesante dio entre las promociones de los años ochenta. Justo dentro de ese contexto Fabelo, que pertenecía a la generación intermedia entre los egresados de los setenta de la ENA y la del ISA de los ochenta, llegó a obtener una notable visibilidad en el escenario artístico del momento. De entonces acá ha desarrollado una fructífera carrera profesional que abarca prácticamente todas las manifestaciones de las artes visuales.
Sin embargo, para mí Fabelo es ante todo un dibujante. Su grafomanía, como él la llama, se originó en la aldea natal, Guáimaro, cuando esperando el despacho de la bodega cogía un cartucho y se ponía dibujar en él con un mochito de lápiz. Así, lo que comenzó siendo una cosa lúdica se fue convirtiendo en vicio,al comprender que cualquier soporte era bueno para hacer fluir su imaginación, haciendo trazos con el lápiz, el carboncillo, la tinta, o cualquier medio que se preste para construir una imagen. A esta convicción llegó también gracias a la sabiduría con que sus profesores le fueron enseñando en la ENA y en el ISA los misterios del dibujo.
Ha pasado mucho tiempo.Hace apenas unos días me he topado con los más recientes dibujos hechos por Fabelo, ante los que he quedado de nuevo conmovida, esta vez por la capacidad para extraerle al peculiar soporte cualidades expresivas de hondo sentido poético, imprimiéndole una delicada y refinada belleza a esos pequeños y envejecidos papeles.Mientras observaba esos dibujos realizados sobre las hojas entresacadas de un viejo libro de Anatomía, un método que me remitía a la práctica que había iniciado en Fragmentos Vitales, pensaba en cuánto de inspiración aparentemente azarosa hay en la labor de un creador cuando trabaja con un lápiz en la mano. Esa gestualidad, en combinación con una personal sensibilidad, le han agudizado a Fabelo la capacidad de observación, permitiéndole dar rienda suelta a la imaginación y a su especial inteligencia visual. Hace poco me comentaba: “Eso que tu llamas poesía es una atracción que tienen algunos soportes, que tienen una memoria propia, lo único que uno hace es intervenir en esa existencia, en esa memoria.”Y más adelante, reflexionando sobre el origen y naturaleza de esta serieme explicó: “Estos soportes me incitan a violar un poco su condición. Las páginas del libro de anatomía son atractivas de por sí. Tienen unas soluciones, una creatividad tremenda. Me parecía casi un sacrilegio manipularlos, intervenir en ellos, pero al final pudo más ese vicio mío que me arrastra a la perdición, y dibujé encima de esas imágenes, creando una nueva, y usando también algunos textos como títulos. Términos anatómicos que cuando los descontextualizas, cuando los sacas de la frase o del propio libro, de la descripción específica, se convierten en poesía. Es un pequeño juego.”
En resumidas cuentas, a lo largo de todos estos años Fabelo ha sabido profundizar en sus indagaciones y se ha dado el lujo de experimentar con diferentes herramientas y atributos expresivos, manteniendo esa íntima relación con el medio seleccionado.
Si para algunos el dibujo es todavía un punto de partida,un apunte o anotación para su traslado a otras manifestaciones consideradas de mayor valor, todavía para un artista como Fabelo constituye una forma de creación cuya carga expresivase inunda de una espiritualidad y una poesía muy personal.Así lo confirma esta nueva serie, algunos de cuyos ejemplos se reproducen en estas páginas, para el disfrute de nuestros lectores.
Llilian Llanes.Miramar, Mayo de 2014.