Una criatura, mitad perro, mitad hombre, viaja con una mujer-pájaro, y, entre los dos, una elegante ave de largo cuello; los tres a horcajadas sobre una paloma más grande, situada lateralmente; todos se balancean sobre la mitad inferior de una calavera humana, los dientes descubiertos, que descansa incongruentemente sobre el torso de una figura femenina bellamente bosquejada, con el pecho al aire y alas de ave; y, finalmente, ese curioso montón de imágenes se coloca ante el trasfondo de una página sacada de un volumen ilustrado de anatomía. El cráneo es un elemento del texto impreso en sí. El resto está hábilmente superpuesto a su alrededor, en pluma y tinta del artista Roberto Fabelo.
El título del dibujo es Cabalga más o menos en íntima relación. Llamo la atención sobre este desde el inicio como ejemplo más bien típico de una colección de muchos otros de similar carácter, incluidos en esta exposición. Una cuidadosa observación determina que el título de cada uno está tomado del texto de fondo: frases subrayadas en la página impresa y cuidadosamente repetidas por la mano del artista, recalcando la relación simbiótica entre imagen y texto. Pero, ¿qué podemos interpretar de estos singulares conjuntos, cuya íntima escala –de 15 por 25 centímetros aproximadamente– nos exige “leerlos” con la misma estrecha atención que al propio texto? Notamos de inmediato la dimensión mítica: desde el alba de la humanidad, prácticamente en todo sistema mitológico se encuentran figuras masculinas y femeninas dotadas de características animales, y sus significados y asociaciones varían ampliamente de acuerdo con las distintas culturas. Son adoradas como dioses o semidioses, y se les inviste de poderes espirituales y habilidades mágicas. Reflejan las cualidades que nosotros los humanos atribuimos a nuestros compañeros de viaje en el mundo animal: la rapacidad de las aves, la fidelidad, tenacidad y fiereza del perro, y así por el estilo. En torno a estas figuras arquetípicas construimos historias que nos ayudan a comprender y “manejar” el misterio del mundo que nos rodea, así como nuestras debilidades y contradicciones, y las dificultades que ninguno de nosotros puede evadir en el viaje que es la vida. Nacemos dentro del mundo, pasamos nuestros genes mediante el acto de procreación e, inevitablemente, el cuerpo enferma, envejece y muere. Está en nuestra naturaleza luchar para comprender por qué todo esto debe ser así, y nuestros visionarios artistas y poetas son los más calificados para brindarnos esas respuestas provisionales que llamamos obras de arte.
Somos atrapados por las imágenes de Fabelo porque despliegan una extensa gama de estas asociaciones, con todo lo arcanas e impenetrables que puedan ser. El artista trabaja, como hace el poeta, a través de la metáfora: una unión imposible, inapropiada incluso, de imágenes que la razón insiste no están hechas una para la otra –pero en una asociación cuya claridad, precisión y veracidad nuestra mente aprueba de buena gana. Lo comprendemos en un nivel inferior a la conciencia. Sin embargo, la poesía en los dibujos de Fabelo no pretende obliterar la ciencia, sino más bien apropiarse de ella. Ambos, texto e imagen, se construyen a partir de la página científica, interpretando juguetonamente en cada una, a la manera del riff, la avalancha de imágenes generadas por la fértil imaginación del artista. ¿Por qué la anatomía? Porque… bueno, a Fabelo claramente le fascinan el cuerpo humano y sus funciones. Considérese, tanto en piezas de mayores dimensiones como en sus dibujos, la presencia apasionada, alegremente sensual, muchas veces cómica, de la figura femenina: su exuberante deleite en los detalles de pechos y nalgas generosamente presentados, las poses provocadoras, en ocasiones incluso pornográficas. Lo femenino parecería ser el principio guía de Fabelo, su fuente de inspiración esencial. Las mujeres se encuentran en toda su obra, orgullosas, firmes… y conspicuamente rollizas. Ellas dominan. Ahí está la sirena, la moradora natural/sobrenatural del hogar insular del artista: Cuba. Reaparece con múltiples disfraces, muchas veces enmascarada, a veces enjaulada y atada, usualmente perdida en sus pensamientos… pero siempre seductora y con los pechos desnudos, un ser abiertamente sexual. Incluso así, el principio masculino tampoco demora, pudiéramos decir, en alzar la cabeza: consideremos los encuentros íntimos con los genitales masculinos que hallamos en muchos de los dibujos; la clara asociación sexual de esos rinocerontes “calienticos” que arrasan los bosques de vello femenino o, más agresivamente –y con una dosis de humor– el enorme falo, tomado del libro de anatomía y cómicamente exhibido por su complacido beneficiario que logra, de repente, equilibrar de modo precario la pelota (¿huevo? ¿globo?) que es su pedestal en Bolsas propiamente dichas.
Pero no es meramente un asunto de anatomía. La obra de Fabelo es una indagación en la naturaleza del deseo, llena de perturbadoras percepciones del temor, el dolor, la culpa y el sufrimiento asociados a estos aspectos íntimos de nuestras vidas. El artista se asoma incómodamente en las heridas emocionales, psicológicas y psíquicas ocultas que la mayoría de nosotros abriga bajo la tersa superficie exterior de nuestras vidas. Nos desafía con autoridad porque está dispuesto a ahondar en su propio subconsciente (la Región profunda, para tomar prestado el título de un dibujo) y mostrarnos lo que allí descubre. Para él es asunto de autorreflexión (Reflejarse sobre la cara, otro de sus títulos), y es este sentido de compromiso profundamente personal lo que anima su obra, pidiéndonos que exploremos con él el funcionamiento interno de la psiquis humana. “Es –ha dicho– un entrenamiento […] para mirar los rincones más oscuros donde a veces hay una revelación inesperada o una llave para abrir un espacio nuevo y mirar dentro.”[ Rafael Acosta, “The appetites of Reason: Interview with Roberto Fabelo,” in Fabelo, 2002 – 2010, Ediciones Vanguardia Cubana SL, 2010, p. 256.]
La intimidad de los dibujos de Fabelo queda también expuesta en obras que discursan desde una escala más “heroica”. Si los dibujos requieren de estrecho escrutinio, las pinturas atrapan nuestra atención desde lejos. Se caracterizan, sin embargo, por la misma imaginería perturbadora e incongruente. Tómese en consideración la imponente cabeza –parecida a Buda– de la mujer en Margarita, los pájaros y los rinocerontes, en que una manada de estos animales furiosos interrumpe la atmósfera contemplativa; o la de Suyu (en Suyu, las vicarias y los rinocerontes), cuyo pecho, en otros momentos sereno, es atravesado por los picos de pájaros bellamente representados, que asoman como espinas puntiagudas de la suavidad pálida de su carne. O, en escala aun más imponente, Gran Pájaro, con su deleite fetichista en las altas botas de cuero, las correas del cautiverio, el casco con pico agudo y las alas atadas. Aquí la osada yuxtaposición de la mujer de pie y el ave boca abajo evoca un exótico intercambio sexual que deja al observador absorto en la acción e inquieto en algún nivel más profundo. Un motivo similar se repite en Abrazado a la Utopía, donde la figura femenina lleva una máscara de ave bellamente detallada y el diminuto fauno (¿podemos considerarlo un autorretrato gentilmente irónico?) acaricia encantadoramente la entrepierna femenina.
La imagen poderosamente dramática de Gran Pájaro se suaviza, como ocurre con otras de las pinturas de grandes dimensiones de Fabelo, por estar colocada ante un sorprendente fondo de seda elegantemente bordada, cuyo delicado patrón parece ofrecer en contraste el alivio de la serenidad. Evoca, improbablemente, la cubierta de pared de un boudoir o un salón, contextos en que la acción representada se hace aun más incongruente. Es con este tipo de libre juego con medios, sensibilidades y enfoques múltiples que Fabelo trae el surrealismo al siglo xxi, con un estilo postmodernista. Tomando de esta tradición europea, así como de la sensibilidad literaria que define el realismo mágico latinoamericano, crea un mundo en que nos encontramos cruzando constantemente fronteras culturales. Como comentara Stuart A. Ashman, sus imágenes “contienen referencias a La Divina Comedia de Dante, al realismo mágico de García Márquez, un toque de Bosch, al dibujo lineal de los maestros holandeses y flamencos y al alma de Rembrandt.”[ Stuart A. Ashman, “Fabelo’s Anatomy,” introduction to an exhibition catalogue of the same title, Museum of Latin American Art, Long Beach, CA, 2014, p. 5.] Como espectadores pasamos de un momento al siguiente entre el sueño y la realidad, lo familiar y lo extravagante, lo ridículo y lo sublime. La obra es de inmediato atractiva a la vista y sorprendentemente provocadora. Es a un tiempo narrativa y subversiva. Habla a la parte irracional de la mente humana, activando no solo poderosas respuestas emocionales, sino también el residuo de creencias espirituales largamente sublimadas que nuestra especie puede haber creído dejar atrás. Después de siglos de racionalismo escéptico y disociación del mundo natural, Fabelo llega para recordarnos, tal vez para nuestra sorpresa, que los espíritus animales aun tienen mucho que decirnos sobre la humanidad; y que el llamado al inconsciente continúa teniendo eco en algún espacio distante de la mente, siempre dispuesto a ampliar nuestros en otro sentido limitados horizontes.
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1-Rafael Acosta, “The appetites of Reason: Interview with Roberto Fabelo,” in Fabelo, 2002 – 2010, Ediciones Vanguardia Cubana SL, 2010, p. 256.
2-Stuart A. Ashman, “Fabelo’s Anatomy,” introduction to an exhibition catalogue of the same title, Museum of Latin American Art, Long Beach, CA, 2014, p. 5.