En la tarde de este viernes 9 de mayo del 2003 la sala transitoria del Museo Nacional de Bellas Artes en el edificio de Arte Cubano, pareciera estar colmada al máximo por el público citadino. El Ministro de Cultura de Cuba, Abel Prieto, a cargo de quien corrió la inauguración de la muestra personal de Roberto Fabelo, apenas terminó de hablar de la coherencia de su obra y de su desarrollo en la plástica insular, cuando decenas de los centenares de espectadores, accedieron a los elevadores para alcanzar la sala transitoria, donde es habitual la exposición de estas exhibiciones en el Palacio.
Luego de quince años sin exponer en esta sede, y quizá por vez primera ante una recepción multitudinaria, la obra de Fabelo se despliega ante nosotros en una muestra que alterna lo mismo obras ya “clásicas” dentro de su morfología como otras, que tanto por el formato como por el concepto escultórico e instalacionista, son novedosas para la mayoría. Según la curadora de la muestra Hortensia Montero, ya una reconocida figura en la curaduría de los artistas del decenio de los setenta, Fabelo halla sus referentes en las carencias, el despilfarro y los excesos a los que está sometido el individuo. El hilo conductor –asegura la especialista- se halla en torno al drama del consumismo y la supervivencia. De cierto modo, Fabelo no deja de ser armónico con toda su obra anterior, y a la vez intenta nuevas propuestas en la instalación como en Cafedral, una instalación construida a base de cafeteras usadas en la Isla, o comoVida o muerte, donde cucharas y tenedores se convierten en metáfora de las claves mínimas de la existencia misma.
Pudiera decirse que en la muestra se halla un Fabelo capaz de sortear los más disímiles pretextos y logros en la técnica de la acuarela. Desborda el surrealismo en una suerte de metarrealismo y encuentra en la exhibición piezas ya antológicas de su propia madurez. Por otra parte, se hallan otras obras en las que se adentra en caminos explorados ya por el propio creador, y que funcionan cual ejemplos paradigmáticos de una parte importante de su quehacer.
La introspección humana a manera de la diversidad en el retrato se halla en Quince retratos locos, una ejemplificante muestra de la unidad en lo múltiple, en la que el creador devela su labor con el concepto de lo fantástico, tan polémico, acá en Latinoamérica y las Antillas, como elemento intrínseco de nuestras culturas caribeñas.
Mar interior, sin embargo, contextualiza en el discurso fabeliano, de forma totalmente integrada a los códigos del artista, problemáticas del entorno a la vez que la combina, con cierta nostalgia pop. Se trata de un gran plato de aluminio de más de dos metros de diámetro, cuyos bordes ejemplifican el muro del malecón habanero. Los límites, la periferia y el centro, los desequilibrios y las migraciones, todo servido con economía de medios. Quizá Fabelo está en este sentido descubriendo nuevos derroteros para un mismo lenguaje, ya tan recepcionado, propiamente fabeliano.
Aquí, en el Caribe, donde lo cotidiano y lo fantástico tan requeridos por la mainstream, conviven en la calle y en los intersticios de la globalidad y la incidencia de la vida diaria.Las notas que Fabelo nos ha transmitido en su muestra, y en especial, desde sus acuarelas, cuya maestría de la técnica es indudable, conforman una única sinfonía, aquella de nuestro deambular día a día, en el caos tan organizado que son las islas, un rosario que él ha sabido no solo fabular, sino insertar perla a perla en una muy original creación que únicamente se perfila suya.
Tomado de: http://www.lajiribilla.co.cu/2003/n105_05/mirada1.html