Me faltan algunas obras por hacer...

El dibujo es una deliciosa enfermedad. Un vicio. Yo he dibujado toda mi vida, todos los días de mi vida. Me ha permitido empezar a edificar la imagen de mi trabajo artístico. Alguien dijo que era la línea que comía de la mano. El dibujo alimentó mi espiritualidad, mi visión de la forma del arte. Hasta hoy me acompaña como un instrumento para acceder a otras cosas, pero también lo he convertido en un mundo propio.

Roberto Fabelo anda por estos días muy ocupados, entre el constante trabajo en su estudio y los saludos de felicitación de tantos amigos, quienes aplauden su reciente proclamación como Premio Nacional de Artes Plásticas 2004, por un jurado de prestigiosos artistas y críticos cubanos.

Y no es para menos, el excelente dibujante, pintor, grabador, ilustrador, es uno de los artistas más importantes de la plástica cubana contemporánea. Ahí está su areté para demostrarlo, con unas 40 exposiciones personales y participante en más de 500 colectivas en salones de más de 20 países. Su obra adorna famosos museos, galerías y colecciones privadas de todo el mundo.

Ha sido profesor, jurado de concursos, ilustrador de importantes libros, entre ellos varias obras del novelista colombiano Gabriel García Márquez. Además, Fabelo (28 de enero de 1950) ha ganado significativos premios en concursos nacionales e internacionales, entre ellos el Armando Reverón de la Primera Bienal de La Habana, el primer lugar en la Bienal Internacional de Dibujo de Cleveland (Gran Bretaña), el Premio en la Bienal de Acuarelas de Viña del Mar (Chile)…

Sin embargo, mucho ha llovido desde aquellos primeros trazos y modelados en su natal Guáimaro, Camagüey, cuando sus materiales de “trabajo” no eran más que “el barro, la cera de los panales, pedazos de madera que convertía en animales imaginarios, o imaginaba que eran animales, los amarraba y metía en corrales que edificaba. Y le daba forma al barro haciendo figurillas de los propios animales del entorno: pájaros, lagartijas, alacranes…”

Con el traslado de la familia a La Habana, en 1963, el niño de 13 años descubre su hábitat muy vinculado con su pasión por la pintura, así que el mundo cambió al ingresar en la Escuela Nacional de Artes.

Era una atmósfera distinta, un ambiente de total afinidad conmigo. Éramos becados, realizábamos actividades comunes con los estudiantes de las otras manifestaciones artísticas, o sea, que había una retroalimentación constante. Además, había dejado atrás la adolescencia. Era ya un jovencito definiendo sus intereses en la vida y en el arte, estaba disfrutando de esa plenitud, de ese momento de entrar en contacto con el mundo que uno apetece, en que uno se quiere desarrollar.

Los Maestros:

Tuve a Antonia Eiriz de profesora, tuve mucho otros maestros como Adigio (Benítez), Martínez Pedro, son muchos, lamento no acordarme de todos. Antonia era una personalidad impactante, también muy culta, con un componente muy inquisitivo en la búsqueda del conocimiento en la pintura.

Servando Cabrera Moreno influyó mucho en nuestra generación, era un artista culto muy reconocido. Yo no fui su alumno, pero sí lo conocí, lo visité cuando ya no era profesor de la ENA. Y en esas visitas muy fructíferas que le hacíamos Nelson Domínguez, Chocolate (Eduardo Roca Salazar) y otros amigos, siempre nos brindaba su experiencia y conocimientos del arte. Cuando le llevábamos nuestros primeros dibujos nos orientaba, nos decía qué debíamos ver, nos prestaba libros. Eso nos ayudó mucho.

La Realidad:

Siempre fui un figurativo. Por eso me gustaba la pintura de Goya, de Velázquez. La figura humana siempre me resultó atractiva. Eran tiempos en que trataba de conocerla cada día mejor. En el ISA (Instituto Superior de Arte) ya vine a tener un conocimiento más académico, porque tuvimos unos profesores soviéticos que nos proveían de un sistema muy bueno de representación de la realidad a través del dibujo. A mí me fue muy útil y confirmé que me interesaba, si no la representación estricta de la realidad, al menos dotarme de más instrumentos para su abordaje con una técnica superior. Eso me lo aportó el ISA.

Gimnasia Diaria:

El dibujo es una deliciosa enfermedad. Un vicio. Yo he dibujado toda mi vida, todos los días de mi vida (siento que puedo decirlo así). El dibujo me ha permitido empezar a edificar la imagen de mi trabajo artístico. Me permitió vivir, comer. Alguien dijo que era la línea que comía de la mano. Yo podría decir que comí con la línea. Es decir, el dibujo alimentó mucho mi espiritualidad, mi visión de la forma del arte. Hasta hoy me acompaña como un instrumento para acceder a otras cosas, pero también lo he convertido en un mundo propio. Lo sigo ejercitando como una gimnasia diaria.

Pintura: Necesidad o caprichos del mercado:

Tenía necesidad de entrar al color. Porque no me especialicé propiamente en la pintura en mi etapa de estudiante, sino en la gráfica. No menosprecié, pero sí soslayé un poco todo el conocimiento de las técnicas de la pintura. En un momento determinado decidí probar si podía pintar, comencé a introducir tintas y colores en los dibujos. Y me planteé desarrollar un conflicto pictórico en mi obra. Entonces comencé a hacer las tintas, acuarelas donde añadí el color con un protagonismo, después óleos, diversos soportes como madera, cartulina, telas… De todos modos el dibujo siempre permanece.

Sentir es lo más importante:

Lo que más me preocupa es amanecer un día y que no se me ocurra nada. Te lo juro. Hay que dejarse fluir. En el arte tanta explicación puede coartar, mediatizar, congelar las cosas. Por eso, sentir es lo más importante. Emocionarse, conmoverse. Cuando hay algo que “te mueve el piso”, quizás para el resto de tu vida, cuando logras esa sensación, entonces puedes decir que has logrado tu cometido. Sin embargo, puedes provocar algo en unos y no en otros. Creo que lo fundamental es amanecer, fluir, sentir y hacer. El día que no sientas nada que hacer, que realizar y que no tengas alguna inquietud, entonces, todo va a ser muy difícil.

El centro del cuerpo:

He preferido la figura humana y la expresividad de la cabeza con todo lo que tiene, con todo lo que puede haber de historia, de símbolos. El rostro es el lugar de las expresiones, de la comunicación de sentimientos; la cabeza es como el escenario de la vida misma, como el centro del cuerpo donde se generan las ideas. Lo primero que uno mira de alguien es la cabeza, el rostro, su expresión, naturaleza, identidad. Y la cabeza es el soporte de miles de locuras, fantasías, utopías, proyectos, esperanzas, desesperanzas. O sea, la cabeza humana, también la de los animales, es algo que siempre me ha impactado, ninguna cabeza me ha sido indiferente. Miro mucho los rostros intentando indagar. Trato de no describir cabezas, sino de ver si puedo penetrar un poco más allá, y a través de esa envoltura exterior comunicar otras cosas.

Un poco de mí:

Fue un intento de presentar cosas que había ido rumiando, pensando y deseando. Siempre quise hacer esculturas, y en esta ocasión tenía la posibilidad de mostrar algunos objetos de carácter escultórico. Esa exposición era un comentario en torno a la mesa como escenario del drama de la subsistencia, con sus carencias, sus excesos, sus implicaciones sociales, ecológicas… Me parecía que la mesa, algo tan familiar, y los objetos que usualmente están sobre ella, podrían resultar elementos muy comunicadores. La capacidad recicladora que tiene el cubano, esa imaginación, esa creatividad en la solución de sus problemas, son cosas que me interesan mucho.

El premio: ni temor, ni susto, desconcierto:

Me parece un poco pronto, no porque crea que haya que esperar a que la gente ya esté viejita para dárselo. Y lo que siento no es temor o susto. Me desconcierta el premio porque pienso que mi trabajo está en evolución. Quiero llevar mi obra hacia puntos que todavía veo alejados. No quiere decir que no tenga cierta experiencia acumulada en mi trabajo artístico, pero ese sentimiento de aprendiz no me abandona, es el que me hace sentir joven. Si consideran que lo merezco lo agradezco mucho, de todos modos creo que me faltan algunas obras por hacer.

Tomado de: http://www.lajiribilla.co.cu/2004/n182_10/182_23.html