Es por eso que me satisface elogiar a un Maestro que goza de tanto prestigio en todas partes donde se le conoce y donde se le intuye, cuando se le admira de lejos o cuando se le quiere de cerca como amigo, como amigo bueno.

Una obra que - como decía el supremo mentor de este día, José Martí - es la de sus visiones personales: cuando ha dejado de verlas, ha dejado de pintarlas.

Una pintura que profundiza en un mundo que se nos descubre y revela de su mano. No sabemos exactamente en qué espacio, en qué tiempo, en qué momento, en qué instante… de su mano nos acercamos a todo lo bello, a todo lo contrastante, a todo lo sublime e infame que nos rodea. Y salimos como endebles, como esas criaturas aladas que salen y aparecen llevando sobre la cabeza la caracola que José Lezama Lima recordaba como clave de todos los misterios. Esa caracola que es el compromiso con el mar; esa caracola que es el símbolo de lo eterno, de lo que no acaba, de lo que no se detiene, de lo que hay que conocer en su misterio, en su profundidad y en su profecía.