El arte está lleno de ingredientes, las posibilidades que ofrece su lenguaje puede asociarse al politeísmo de la cocina. Esta es la esencia de una obra como Arte Culinario del artista cubano Roberto Fabelo. Sus imágenes emergen como salidas del vapor de una gran cocción. La puesta en escena de la pieza es un reel de acontecimientos que observamos a través de una maya ilimitada. Se arma una plataforma donde gravita el espíritu de esas búsquedas llenas de ansiedad que nos provoca el contacto con Instagram. Las redes de comunicación en la actualidad no distan mucho de la actuación de Dada o de la atmósfera surrealista. Se activan situaciones inconexas entre sí que acentúan las superposiciones de cada una de las historias o los estados.
El tríptico Arte Culinario de Roberto Fabelo crea un halo caótico similar al teatro del absurdo que cautivó a Samuel Beckett. Se parte de un sueño imaginativo que se transfigura en construcción poética. Este artista conoce el cansancio de los lugares comunes en las maneras de representar, prefiere crear otro orden para las cosas. Sabe que el tiempo del arte es el único que se puede fijar porque no es mortal, es otra dimensión de lo orgánico y del hecho mismo de estar vivo. Fabelo no necesita un guión preestablecido, apuesta por un montaje libre, no se amarra al desencadenamiento lógico de una situación específica.
Muchas de las obras de Fabelo son como un estudio de Las Meninas, los personajes que aparecen en los primeros planos observan, los del fondo interrogan. El espectador no pierde la tentación de hundir la mirada en la perspectiva más profunda del cuadro. Algo sucede detrás que no está develado, pasa furtivo ante nuestra vista. Roberto Fabelo piensa en un encuadre que hace reflexionar sobre los misterios de la existencia, cuestiona los sistemas de dominación al evidenciar las contradicciones del poder.
Lote ilustrado (detalle). © Fabelo
La precariedad se refleja en ese anzuelo teñido de sangre que gobierna nuestras mentes . Un pequeño recipiente conocido en Cuba popularmente como jarro, deja de ser el receptáculo azaroso de los productos nutricionales. El modo de elaborar los alimentos deviene en el continente de una muchedumbre que expresar su desconcierto ante lo que pasa a su alrededor. Objeto y realidad crean una exégesis de lo anacrónico, estos personajes navegan en el ostracismo, un dolor ancestral se apropia de sus almas.
En esta pieza de Roberto Fabelo no vemos ese instinto de salvación expresado en el drama del movimiento de La Balsa de la Medusa de Gericault. Los personajes de Fabelo permanecen inmóviles, esperan algo que va suceder y que no sucede, su psicología puede retrotraernos a los orígenes del existencialismo, el artista explora los intersticios de la condición humana, profundiza en la libertad del individuo para estudiar el verdadero significado de la vida. Fabelo desmonta los prejuicios y los moralismos y explora una subjetividad que antecede al ser. La aglomeración de personas sienten el vapor del humo de la cocción pero permanecen inmóviles, ellos trascienden la noción del peligro porque están enlazados a él.
Lote ilustrado (detalle). © Fabelo
Un bosque de columnas de calderos crea un paisaje de angustias y desosiego. Los calderos son torres que se levantan en una gama abierta y multicolor, que combina la estridencia con la sobriedad. El ritmo tonal reserva los códigos de una buena partitura musical. La escala y la pobreza de los utensilios de cocina mezclan el uso personal con las necesidades colectivas. La acumulación de estos elementos precarios y su estetización puede sugerirnos un cierto abandono de la función original de estos objetos. Los productos a elaborar no aparecen por ninguna parte, se convierte en ese misterio que no logramos desentrañar. La figura que emerge dentro de uno de los extremos de las columnas de carderos mira atónita un objeto que sale de una de las ollas. El extrañamiento expresivo de este hombre tiene un carácter autobiográfico. El artista observa con perplejidad una situación que se torna desconcertante, hay un desbordamiento que se vuelve alegórico. La poética surrealista del relato entrelaza las reverberaciones de lo individual con el drama social. Los animales que son parte de la cocina quedan atrapados por la fragilidad de un dibujo que flota para remarcar la dislocación de lo que se narra.
En el desarrollo de esta obra Fabelo vuelve a sus disquisiciones sobre el estereotipo de la belleza femenina. Es consabido que este artista es deudor de Rubens o Velázquez, no comulga con las formulas discriminatorias de mostrar el cuerpo de la mujer en los medios de comunicación. El artista sublima la belleza fuera de los arquetipos convencionales. El virtuosismo en las líneas que representan la gordura se convierte en un elemento de admiración. El cuerpo voluminoso hace que descanse un tenedor que observa con asombro la impasibilidad de la disposición de uno recipientes que se vuelven afuncionales. Encontrar como solucionar las demandas de la comida cotidiana es la preocupación esencial de cualquier morador de esta isla. La fémina de Fabelo que reposa frente al caracol permanece en vilo, la espera se convierte en resistencia, en la voluntad de subvertir las cosas. Al igual que en el manierismo la cristalización de la acción está contenida, nos toca a nosotros especular sobre lo que puede ocurrir.
Este tríptico de Fabelo se hace notable por sus contrastes, el artista alinea esos nichos hiperbolizados que nos hacen ver la realidad de una forma mística y la vez enajenada. Los frijoles son el símbolo más directo de identificar el trabajo como forma de subsistencia. Fabelo apela a la tensión de la verticalidad para contraponerla a lo frágil de su armazón constructiva, las formas más pueriles se tornan inalcanzables. El artista arma un entorno en que lo apocalíptico muta en una orgía de la imaginación.
Roberto Fabelo, La ronda infinita, 2015. © Fabelo
Esta pieza tiene nexos indiscutibles con obras anteriores, la mayoría de ellas han tenido un amplio recorrido a nivel internacional. La instalación Torres fue exhibida en el Kennedy Center y más tarde en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque de Madrid como parte de una gran exposición que se tituló Mundos: Goya y Fabelo. Torres es un homenaje a ese tipo de recipientes que emergen como arqueología de una época, la socialización en los modos de elaborar alimentos fue una macro experiencia que invadió toda la isla y que hoy ha desaparecido. Estos calderos son el testimonio de una ruina que apunta el desfasaje entre el ser y el deber ser. La piel del metal se convierte en un cuaderno de dibujo en el que afloran personajes que sufren y se divierten con las misma pasión que evocan las figuraciones de El Bosco.
Roberto Fabelo, Delicatessen (detalle), 2015. © Fabelo
La Ronda Infinita es una pieza que remeda el aura de una obra como Locomoción animal de Eadweard Muybridge. Una cadena de figuras humanas se mueven como un loop alrededor de una caldera vacía. El tenedor es un elemento contenido, el cubierto se transfigura en un arma, puede ser también un instrumento de trabajo. Lo vemos como una herramienta inútil que no logra acotar su verdadera función. La cazuela está vacía, nadie mira hacia ella, la precariedad se expresa a través del silencio. Aproximarse a los embates de lo que significa para cualquier cubano la acción de obtener sus alimentos básicos se convierte en el sustrato de esta obra. Fabelo no se regodea en las penurias. Esta pieza es el monumento al ciudadano de a pié al que convierte su vida en una lucha por la sobrevivencia.
Delicatessen estuvo en el proyecto Detrás del muro en el año 2015, iniciativa que tuvo varias ediciones y que agrupó un conjunto de piezas que dialogaban con el litoral habanero. En el caso de Fabelo la instalación resalta por la brutalidad de la imagen. La olla gigante se convierte en la carne de un enjambre de tenedores que se encajan en ella . La acción nos produce la alucinación de estar frente a un erizo gigante. El tenedor se maneja como la catarsis de origen Freudiano, el caldero es despojado de su uso originario para acentuar un suceso que no esconde la violencia.
Esta pieza tiene en sus planteamiento la sordidez del El Grito de Edward Munch. Puede entenderse como el reclamo de una multitud, como un gesto desesperado de hallar vías de la solución a muchos problemas que se enquistan en una sociedad y que no encuentran salida. Delicatessen es una incitación al diálogo y al derecho a vivir en un equilibrio que no lograr hallar la mejor de las balanzas.
Jorge Antonio Fernández Torres. Curador y Crítico de Arte. Director del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba.